Un marzo tan agosto

San Esteban del Valle, Ávila.

Caminan despacio, en fila; el paso corto, un pie, luego el otro. Superado el escalón, penetran en la sala como si entraran a misa. No es la iglesia a la que llegan los paisanos ni son campanas que convocan la reunión: son los altavoces municipales repicando para todo el pueblo el bando en la voz de Sonia, la alguacila, y el salón de bodas, bautizos y comuniones de Juan acogiendo a los parroquianos. Ahora que ya no se celebran casamientos en el pueblo, el local está en venta. El azar y sus dimensiones lo han convertido en el lugar en el que los vecinos de San Esteban del Valle conocerán los detalles de una noticia que esperan desde hace una década. 

Estoy en el sur de Ávila, en la comunidad que se ha convertido en la cuna de la despoblación en España, Castilla y León. El sonido del bando municipal se expande por las calles, el mensaje rebota en las fuentes y en el pilón, hace salir a los vecinos del bar y pararse frente a la puerta del autoservicio de José. Desembarco en uno de los 8.000 municipios españoles en los que el censo no supera los mil habitantes. Según el INE, en esa estadística está la mitad de los pueblos de España. Atravesamos el tercer pico de una pandemia que ha incrementado el interés de los urbanitas por volver al campo en un momento en el que engordan los censos de algunos pueblos. Asisto a un hecho que no sucedía en España desde hace cinco décadas.  La voz de la alguacila se hace grande al expandirse por el paisaje, roza las cumbres de la montaña, salpica los verdes del sur de la Sierra Gredos y se mezcla con el ruido de las desbrozadoras y de algún tractor. 

Cándido cierra la puerta del salón, es el último en entrar. Rosi, Félix, Mari Carmen y otros 20 vecinos se sientan. Observan a Israel, Fernando e Iván mientras proyectan un montón de planos sobre dos pantallas. Son tres arquitectos reconvertidos en tres apóstoles que van a obrar el milagro en el pueblo. Han ganado un concurso público de arquitectura y levantarán una residencia de ancianos en la localidad. Cuentan que las habitaciones estarán orientadas al sur y al sol, que el edificio tendrá ventilación cruzada. Explican cómo se relacionará residencia con el espacio exterior y cómo “El Covid ha destapado el entorno rural como un lugar donde la arquitectura dispone de espacios más amplios, más anchos, más ventilados”. El proyecto que hoy cuentan a estos vecinos se llama “Un marzo tan agosto”, lo diseñaron confinados, en plena pandemia. “El coronavirus ha puesto en jaque la vivienda urbana, nadie nos había dicho que vivíamos en cajas de zapatos, en casas pequeñitas con trocitos de cielo, desde los que casi no se ve nada, y pasar tres meses encerrados en ellas podía ser muy desagradable”, explica Iván, el más joven de los tres. 

Con Iván e Israel Alba, arquitectos ganadores del concurso. Foto: Dani Galindo
Con Iván e Israel Alba, arquitectos ganadores del concurso. Foto: Dani Galindo

El proyecto, convocado por el Ministerio de Transportes y al que se han presentado más de 30 estudios de arquitectura de toda España, está pensado para luchar contra la despoblación. Ahora que el turismo ha dejado de ser la quimera rural y urbana, dicen los expertos que el sector de los cuidados, especialmente la atención a los mayores, se está convirtiendo en uno de los agentes de desarrollo en las zonas rurales, junto a las actividades tradicionales, como la agricultura, ganadería y otras del sector servicios. ¿Qué puede significar para la arquitectura el mundo rural después de la pandemia? Para Israel, veinte años de profesión, ha significado recuperar el sentido común de la arquitectura, dice que se había olvidado.  Para Sandra, una de las recién llegadas al pueblo, significa más calma que en la urbe y más espacios abiertos para sus tres hijos. O la posibilidad de encontrar empleo en uno de los 20 puestos de trabajo que creará la residencia en San Esteban del Valle cuando funcione. Para Félix, que atiende sin pestañear a las explicaciones desde la primera fila y que, como el 60% de sus vecinos supera los 50 años, significa poder quedarse a pasar el diciembre de su vida en su tierra. No marcharse. Morir allí.  Pero para eso todavía queda mucho. Estamos en un marzo tan agosto. 

https://www.rtve.es/alacarta/videos/comando-actualidad/pueblos-reviven-avance-comando-actualidad/5771272/



4 respuestas a “Un marzo tan agosto”

  1. Qué bonito e importante es que reconozcan tu trabajo, el sentido que tiene la arquitectura debe ser ese, dar una respuesta a los problemas reales, a la gente que confia en la profesión y sus capacidades. La arquitectura, y los buenos arquitectos, no deberían alejarse de este propósito. Este equipo, estos tres arquitectos, Fernando, Ivan e Israel, son piezas clave. Enhorabuena por el trabajo. ¡¡¡Seguid así!!!

    1. Gracias por tu comentario, Lourdes. El empeño y la dedicación que le ponen a su profesión Fernando, Iván e Israel, pude conocerlos y disfrutarlos en todo el proceso del reportaje que me ayudaron a construir. Se nota que aman lo que hacen y además lo cuentan estupendamente.

  2. El problema de la “España vaciada” es que no está vaciada. Asistimos al fin de una cultura agraria y ganadera, vinculada a la tierra, y el reto de estos pueblos será saber adaptarse respetando el legado recibido. En ese proceso de adaptación aparece un nuevo proyecto presentado por este equipo de arquitectos para la construcción de la nueva residencia de mayores en San Esteban del Valle (Ávila). En él se han tenido en cuenta sobre todo a las personas y al entorno en el que se va a ejecutar la obra. Enhorabuena a los arquitectos ganadores del concurso y esperamos ver su proyecto hecho una realidad muy pronto. A ti, Silvia, muchas gracias por hacerte eco de esta buena noticia en tu blog con esta entrada tan descriptiva.

    1. Gracias, Ventura. Tus comentarios siempre suman, aportan detalles muy interesantes e invitan a reflexionar. El tema de la despoblación es complejo y apasionante. Como dices, los habitantes de las zonas rurales tendrán que reorganizar el legado recibido y las instituciones deberán replantearse por fin si merece la pena legislar e invertir en ellas. Su riqueza no solo es natural o paisajística y está muy alejada de la idea romántica y bucólica de quienes ven el regreso al campo como la posibilidad de vivir de la contemplación. El futuro de la sostenibilidad y la transición ecológica pasa por dar valor a los pueblos, a sus recursos, a las personas que los habitan. Para mí lo importante es que cada cual pudiera decidir dónde quiere vivir. Y, como en el caso del proyecto de la residencia de San Esteban Del Valle, quienes quieran pasar los últimos años de su vida en el pueblo, tengan esa posibilidad. Elegir dónde morir. Abrazo grande, Ventura.


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