La mariposa monarca

La ventana enmarca la foto: Isabel sentada en el sillón naranja, bajo la montaña. Al fondo, una torre; a la izquierda, un campanario; sobre las casas, chimeneas sin humo. Es abril. A la derecha del sillón naranja, en el suelo, la bolsa que nutre al ganchillo: pelotas rojas de algodón, pelotas verdes de lana, pelotas blancas de perlé; gordas y finas, de nylon, suaves o ásperas. Detrás del ventanal, los ruidos de la tarde: motores que arrancan para desbrozar, el golpe rítmico de una construcción, murmullo de mujeres que cruzan de acera, el resonar de una moto. Todo el movimiento cae afuera, a través del cristal, formando una cúpula invisible. Dentro Isabel enrolla la lana en el dedo, tira del cabo, el hilo forma un meandro sobre su falda negra. Mete la aguja entre la parábola de lana y su dedo corazón. Un punto, dos puntos, tres puntos, un cordón de lana, una bufanda, tres colchas, un chal, cuatro tapetes. Isabel teje la seda formando un capullo, como la oruga que sabe su futuro de mariposa y conoce la hora de su transformación.

– Ahora llamáis de tú a todo el mundo, pero yo tengo la costumbre de llamar de usted. Pasa, pasa.

Entro en la habitación. Levanta la vista del ganchillo y sus ojos azules diminutos se contentan. No me esperaba. El pelo blanco, los pendientes estirando la piel de las orejas, como romanas. La habitación es así: un crucifijo en la pared sobre la cama blanca; una tele en la mesita con faldilla, frente a la butaca naranja; un tapetito de croché, el cuadro de flores hechas a mano, el calendario con la foto de un pueblo.

– ¿Ahora llegas? Con lo que está lloviendo. Siéntate.

Isabel nació un 8 de julio de 1918. El mismo año en el que llegaron al mundo el activista Nelson Mandela, la actriz Rita Hayworth, los políticos Marcelino Camacho y Enrique Tierno Galván o Ceausescu, el dictador rumano comunista. El año en el que el presidente de Estados Unidos se apellidaba Wilson, cuando en Madrid se estrenaba la zarzuela El niño judío, los periódicos hablaban del incendio del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso y el artista Joan Miró exponía sus primeras obras. Isabel lloró por primera vez el año en el que la gripe española provocó una devastadora pandemia que acabaría, en solo un año, con 40 millones de personas en el mundo; en el siglo en el que las primeras suffragettes luchaban por el voto femenino en Inglaterra, cuando en España reinaba Alfonso XIII de Borbón y Antonio Maura era presidente del gobierno español

– Solo hay una más vieja que yo.

– ¿Cuántos años tiene?

– Pues, los que yo voy a hacer: cien. Yo me las valgo, pero a las demás les tienen que hacer todo y dar hasta de comer.

– No hemos hablado del cumpleaños.

– Si estuviera yo como antes, en mi casa, lo organizaría yo todo. No os tendríais que preocupar de nada. Pero, estando aquí, no puedo. A mí me da alegría, pero de la misma alegría sé que voy a sufrir.

Isabel cumplirá cien años el próximo 8 de julio. Hace unos meses que empezó a notar los primeros síntomas de la metamorfosis. Su voraz apetito fue desapareciendo, su movilidad menguaba. El carro blindado que fue capaz de parir siete hijos, avanzar por cualquier terreno con trece nietos e ir sorteando los desniveles que provoca una descendencia de diecisiete biznietos pasó de vivir temporadas de dos meses y medio en casa de sus hijas a elegir lo inesperado: una residencia de ancianos a catorce kilómetros de su pueblo y a cinco minutos del más joven de sus hijos. Isabel quiso aferrarse a la seguridad de lo cotidiano.

– Es un pueblo lo que yo tengo. Hay muchos pueblos que no tienen los habitantes que hay en mi familia.

– San Esteban se está quedando sin vecinos.

– Nosotros éramos nueve hermanos. Vivíamos en una casa con tres habitaciones. Allí cogíamos todos. El que no dormía en la cama, dormía en la pajera. En la escuela había muchos niños, las niñas a un lado y los niños al otro.

Isabel fue niña en la España del hambre, en las calles de tierra, de las ancianas de luto, del atraso y de las cartillas de racionamiento. Se frota las manos. Llueve detrás del cristal. El campanario al fondo, las nubes bailan alrededor de la torre de la iglesia como el anillo de oro en su dedo. Lo gira, lleva más de medio siglo casado con su anular. Isabel fue adulta en la España del baby boom, en las calles recién asfaltadas, en las maletas del éxodo rural, en los primeros seiscientos de los señoritos de capital de provincia, en los sueños de los que dejaban sus casas con dirección a Francia o Suiza. Se levanta. Camina despacio hacia la mesilla de noche.

– Ahora cojo en cualquier sitio, me muevo mejor que antes y no tengo necesidad de correr.

– Sí, estás más delgada. Mejor, así vas más ligera.

– Mira, esta es la última flor que he hecho. El plástico azul y el plástico blanco van atados a este garbanzo.

– Es pequeño, ¿no se vuela?

– Es chiquitillo, pero pesa. Y con este cordelito se unen unas flores con otras. Hemos hecho una ristra. Deben estar ya colgadas en las calles del pueblo, para la fiesta. Hay muchas, muchas, de muchos colores. Hacerlas me entretiene.

Suspendida en sí misma, Isabel se mueve despacio entre el pasillo que dibujan la cama y la pared. Detrás del ventanal ha dejado de llover. Un rayo de luz ilumina la montaña, suenan las nueve en las campanas, un perro ladra, el viento mueve las nubes. Isabel enciende la tele. Su teléfono móvil descansa sobre la almohada. Sentada en la butaca naranja acciona el mando, las imágenes se suceden en la pantalla. Isabel cumplirá cien años el 8 de julio de 2018. El año en el que Donald Trump es presidente de Estados Unidos y los periódicos hablan de la salida del poder del cubano Raúl Castro. El año en el que la Constitución española cumple 40 años, en los cines triunfa Campeones y reina Felipe VI. En el siglo en el que el feminismo sigue buscando su hueco y un mes antes de que el Aquarius llegue a las costas valencianas con 630 inmigrantes a bordo. Isabel teje la seda formando un capullo, consciente de su transformación, trazando la ruta, como la mariposa monarca. La hermosa mariposa azul de grandes y fuertes alas, la más longeva, una especie única capaz de ir contracorriente, de volar en medio de tempestades y de hacer frente al poderoso viento. Es julio. A la derecha del sillón naranja, en el suelo, la bolsa que nutre al ganchillo: pelotas rojas de algodón, pelotas verdes de lana, pelotas blancas de perlé; gordas y finas, de nylon, suaves o ásperas.

Silvia Sánchez. Junio, 2018.




Una respuesta a “La mariposa monarca”

  1. 👏🏼👏🏼👏🏼


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