La otra noche, cuando volvía a casa con mi hija después de la cena de Nochevieja, un hombre vestido de fiesta y entrado en los cuarenta, explotó un petardo frente a nuestro portal. El estruendo disparó la alarma de una tienda y de un coche aparcado al otro lado de la acera. Mi hija, asustada, preguntó: -Mamá, ¿por qué hace eso? No supe qué responder. Alcancé a contarle que quizá era la manera de ese individuo decirle al mundo: ‘Mírame, mírame, mírame. Mira qué bien me lo estoy pasando’. La respuesta no convenció y mi hija volvió al ataque: -Mamá, es un adulto, ¿tú crees que explotaría ese mismo petardo a la puerta de su casa? Me aventuré: -No, no creo que nadie quisiera despertar de un sobresalto las alarmas del vecino si, con ello, el ruido constante y machacón pudiera perturbar el sueño de toda su calle toda la noche. Qué risa.
Es a ese ruido constante y machacón, con el que me acosté, con el que soñé y con el que me levanté, al que agradezco el fenomenal dolor de cabeza con el que he dado la bienvenida al año nuevo. No hay nada tan gratificante como empezar algo nuevo con un formidable dolor. Y siendo de cabeza es mucho más placentero. Dónde va a parar. Después, todo ha ido rodado. He entendido por qué un año tras otro, cuando llega la Navidad, nos empeñamos en comer más de lo que cabe en nuestro cerebro, de este modo es más fácil desear hacer dieta en cuanto ponemos un pie en Enero. He entendido por qué, en Nochevieja, disfrazados de frac o subidas en comodísimos tacones, nos lo fumamos todo y nos lo bebemos todo: no hay como un fantástico dolor de pies y una poderosa resaca para desear dejar de fumar y de beber el primer día del año. Además, ¿qué hay más placentero que desayunarse en el nuevo año con la noticia esencial del día? ¿Quién puede negar que una de las cosas más importantes que han pasado en nuestro país, en las primeras horas de 2015, es que los andaluces no hayan podido tomarse las uvas por un fallo en la emisión de las campanadas? Qué risa.
Gracias al petardo que explotó el petardo también he entendido por qué la palabra ‘empatía’ no será nunca elegida como palabra del año, que para eso trabaja la Fundación del Español Urgente, para designar ‘selfi’ como anglicismo españolizado. El vocablo ganador del recién enterrado año dice mucho de cómo somos y de cómo nos comportamos.
Ahí vamos, petardeando a la puerta del prójimo como buenos ciudadanos en el país de la risa, con armas de revolución masiva: petardos y selfis. Epidérmicos, tecnológicos, buscadores de experiencias efímeras, aduladores del yo. Así nos va. Dicen quienes saben de esto: filósofos, sociólogos, antropólogos y otros estudiosos del yo colectivo, que las costumbres públicas españolas son iguales a las de todas las épocas de nuestra cultura. Que somos desordenados, anárquicos, faltos de solidaridad social y de aptitud para lo común. Eso sí, cuando queremos que todo cambie, acudimos al mito de la Lotería y al golpe de suerte. Ya se sabe: ‘Spain is different’.
Somos tan diferentes que tenemos el país lleno de petardos. Tenemos tonadilleras, toreros y presidentes de clubes de fútbol en chirona. Tenemos un honorable Pujol que manda callar a quienes preguntan con qué oscuras comisiones se enriqueció su familia. Tenemos tarjetas opacas para repartir a quienes cobran sueldos millonarios. Tenemos respetuosas marquesas que dicen que se van de la política pero que después se quedan para huir de la policía arrollando a los agentes del orden, Esperanzas y Aguirres que en 2015 se postulan alcaldesas. Tenemos un consejero de sanidad experto en protocolo, modales y vocabularios de la prepotencia. Al que, menos mal, han acabado destituyendo por su manifiesta ineficacia en el caso del ébola. Tenemos Anas Matos, Arturos Fernández, Bárcenas, sindicalistas con cuentas en Suiza, Jaumes Matas, Monagos, Urdangarines e Infantas. Y, por supuesto, tenemos ciudadanos petardos que reparten petardos a los cuarenta cumplidos (insisto, la edad es un dato). Si es que tenemos de tó.
¿Qué pasaría si nos diéramos de alta como ciudadanos responsables? ¿Seríamos capaces de dar de baja a los petardos? No soy muy de pedir deseos, pero este año, me obliga el dolor de cabeza. Así que deseo que recordemos el texto de John Donne que da título a la novela que Ernest Hemingway publicara en 1940.
«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
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