La Sole solía decir que su nombre había inspirado multitud de poesías, miles de cuentos y cientos de telenovelas de final infeliz. La Sole, una mujer entrada en años y en carnes a quien conocí remangándose antes de trabajar la masa de pan, solía ponerse en jarras al explicar que su mejor compañía era su nombre. No indagué en la razón de sus razones porque el reportaje era otro, pero hoy remango mi memoria para recuperar la suya y amasar sus palabras.
Y sí, mi Sole tenía razón: ‘soledad’ es uno de los vocablos más usado del diccionario. Esa palabra que solemos pintar de gris oscuro y rodear de espesa bruma. Soledad no lleva tilde pero pone acento a la emoción, y la emoción que acentúa suele ser de trazo grueso, mirada triste e infinitas trazas de coco rallado.
Qué queréis que os diga, a mí me gusta la Sole, me alegra su nombre. Si lo cerceno por la mitad con la cuchilla de cortar pan, obtengo un ‘sol’ y una ‘edad’. Luz y sabiduría. ¡Todo junto! Pero… ¡Qué placer separarse, retirarse, ahuyentarse, alejarse, incomunicarse, recogerse, escaparse, abandonarse, desaparecer(se), guarecerse…! Del todo y de uno mismo. A sorbitos o a lo bonzo.
Irse para después reaparecerse, retornarse, mudarse, regresarse y… transformarse. Acompañarse de la soledad es como meter el pan en el horno. Vuelves nueva, vuelves otra.
La cosa es que la frase que inspira este post tiene que ver con la Sole y con las cosas, esas que construimos, utilizamos, compramos, pensamos, viajamos, descubrimos, pisamos, miramos, regalamos, amamos y… ¡Cuántas cosas podemos hacer de las cosas!
¿Qué sucede cuando son abandonadas? ¿Qué acontece si nos alejamos de los objetos? ¿Qué pasa mientras la muchedumbre se va? ¿Qué significado adquieren al ser devoradas por el tiempo?
´La soledad de las cosas’ es una muestra fotográfica que pone el foco en el efecto que sobre los objetos ejercen el aislamiento y el abandono. La exposición, en la que me expongo por primera vez como fotógrafa aficionada, ha sido posible gracias a que mis amigos Joaquín y Carlos han echado el agua y la harina. La masa comenzamos a trabajarla hace más de un año. En el entretanto ha habido tiempos de idas y de venidas. De marchas y vueltas. De miradas solitarias a través del visor. De búsqueda personal en la soledad del álbum de cada uno. Y luego, cuándo la masa estaba a punto, llegó Juan ofreciéndonos cocinar nuestras soledades en su bar. Y la sal la trajo Dani, diseñando todos los carteles para que luzca bonito. Si quieres acompañarnos, nos encontrarás hasta el 22 de noviembre en el Gastrobar ‘La Luna 22’ en Madrid.
Dicen que la soledad endurece y pule, ablanda y pudre. ¡Qué cosas tiene la Sole!
Deja una respuesta