
Un periodista sin historia no es nadie. Un periodista sin resaca, tampoco. Lo dicen los manuales prácticos sobre periodismo. En mi manual, hoy, tenía pensado contar que el cortometraje Aquel no era yo se había llevado el Óscar. La noticia llenaría diarios, portadas, correría como la pólvora por los periódicos digitales, por los teléfonos móviles. El Ministerio de Cultura español colgaría la noticia en su página web y el ministro aparecería sonriente en los telediarios. En el mundo del cine, hoy, no se hablaría de otra cosa.
Resulta que la realidad -otra vez- supera la ficción y la noticia que yo quería contar no ha sido noticia. Helium, del danés Anders Walters se ha hecho con la estatuilla dorada al mejor corto de ficción. Pero tengo una historia, y aunque he tardado en verla porque no tengo resaca, me he decidido a escribirla.
Son más de 400 las personas que han trabajado en Aquel no era yo, el corto de mínimo presupuesto que se ha alzado como la única baza española en la Meca del cine. Ahí están Pepe, Gloria, Joaquín, Edu, Dani o Isabel. Sus nombres se suman, insisto, a más de 400 nombres que un día se dejaron llevar por la ilusión del madrileño Esteban Crespo, guionista y director del corto, y convirtieron el toledano pueblo de Escalona y sus alrededores en una parte de África. Entre todos transformaron una antigua granja de cerdos en el escenario de un conflicto armado para denunciar que los tiranos utilizan a menores como niños soldado. José Luis, el director de arte y del diseño gráfico, recreó una realidad sangrante. Ahí estuvieron Joaquín y Edu ofreciendo su ayuda para dar forma a las explosiones entre los vehículos acorazados y el armamento que prestó el Ejército Nacional de Tierra. Gloria, ayudante de producción, anduvo de cabeza los cinco días de rodaje. Con su furgoneta de Madrid a Escalona y de Escalona a Madrid llevaba y traía, traía y llevaba. Consiguió en las calles de Lavapiés que 80 personas de raza negra y de distintas etnias trabajaran como extras. Muchos eran menores así que llegaron acompañados de sus madres. Y al final, las madres y los extras repitieron, se quedaron, había que echar una mano. Y todo sin un euro.
Sucedió a finales de octubre y principios de noviembre de 2011, antes y después del rodaje las lluvias arreciaban y, como por arte de magia, el sol salió durante esos cinco días. Sin sol, el rodaje no hubiera sido. Luego, el montaje y, después, el estreno. Fue en la Gran Vía, en el Capitol, uno de los pocos cines que aún no ha mudado su piel a centro comercial. Lo recuerdo bien, la cola daba la vuelta a la esquina.
El corto se ha paseado por festivales y ha cosechado, además de un Goya, más de 90 premios nacionales e internacionales. La nominación al Óscar llegó por sorpresa. Después llegó Isabel, y Montse, su socia, desde Tilde Consultora dieron forma a la página web de «Aquel no era yo». La promoción no ha parado.
Esteban, Álvaro, José Luis, Susana, David y quienes sí pudieron pagarse en febrero el billete de avión a Los Ángeles y después el viaje a Hollywood se han vuelto locos entre hispanos, americanos, contactos, entrevistas con agentes, visionados… Un mes de trabajo incesante con un objetivo: cuantos más académicos vieran el corto, más posibilidades de ganar la estatuilla.
Desde entonces hasta hoy -la noche de resaca de los Óscar- varios cines han cerrado en España, el IVA sigue siendo un peaje muy caro para quienes quieren ver historias en la gran pantalla. La crisis acorta la mínima distribución de los cortos. La cacareada Ley de la Industria Cinematográfica no llega. Los políticos se sientan en otras butacas.
«Lo más duro es volver a ser tú mismo después de hacer lo que has hecho», dice Juan Tojaka, -el niño soldado protagonista de Aquel no era yo-. Me quedo con su frase: elocuente, directa y redonda. Juan representa a Kaney, uno de los 250.000 menores obligados en el mundo a participar en conflictos bélicos. Juan es también uno de esos 400 locos que han hecho posible un sueño en versión corto, aunque esta noche Óscar no esté entre ellos.
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